Actualmente, entre el 30 y el 50% de los cánceres se pueden prevenir evitando factores de riesgo e implementando estrategias de prevención basadas en la evidencia científica.
El término cáncer engloba un grupo de enfermedades que se caracterizan por el desarrollo de células anormales, que se dividen, crecen y se diseminan sin control por cualquier parte del cuerpo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cáncer es una de las principales causas de muerte en todo el mundo y representa casi 10 millones de muertes en 2020, o casi una de cada seis muertes. Los más comunes son los de mama, pulmón, colon, recto y próstata.
Una dieta poco saludable, la inactividad física, el consumo de alcohol y de tabaco, así como la contaminación del aire han demostrado ser los factores de riesgo para el cáncer y otras enfermedades no transmisibles más relevantes.
Si bien es cierto que la genética influye en el riesgo de cáncer, la mayoría de variaciones del riesgo entre las poblaciones y entre los individuos se debe a factores que no son hereditarios (figura 1.). La evidencia científica sugiere que la contribución del estilo de vida y del tabaquismo en la etiología del cáncer es similar. Por ello, adoptar estilos de vida saludables es altamente recomendable para disminuir su riesgo.
La dieta, la obesidad y el síndrome metabólico están muy relacionados con varios tipos de cáncer y pueden representar hasta un 30-35% de las muertes por cáncer, lo que indica que una fracción de las muertes se puede prevenir modificando la alimentación.
Investigaciones han revelado que una dieta predominante en frutas, verduras, hortalizas, granos y especias tiene el potencial de prevenir el cáncer. No se ha demostrado con exactitud qué compuestos son los responsables del efecto protector frente al cáncer, aunque parece muy poco probable que haya un único compuesto responsable de esta asociación protectora.
Un mayor consumo de dieta rica en frutas y verduras hace que se mantenga un peso corporal saludable, provocando una relación inversa entre el consumo de frutas y verduras y el riesgo de cáncer en cualquier localización. Estos alimentos son ricos en fibra dietética, carotenoides, vitaminas C y E, selenio, antioxidantes y fitoquímicos, todos ellos sustancias anticarcinogénicas.
Un exceso de carnes rojas y procesadas en la dieta habitual se ha considerado promotor de diversos tipos de cáncer, como el gastrointestinal. Las recomendaciones actuales tienden, por tanto, limitar su consumo y priorizar carnes blancas de calidad.
Respecto al consumo de pescado, los ácidos grasos omega 3 han demostrado mecanismos importantes en la progresión tumoral. Estudios muestran una disminución del riesgo de cáncer de mama, hepático y mieloma múltiple.
Cabe destacar el excesivo consumo de alimentos industriales, ultraprocesados y bebidas azucaradas en la dieta. Se tratan de alimentos nutricionalmente desequilibrados, densos en energía y pobres en nutrientes, capaces de aumentar el riesgo de obesidad y grasa visceral. Investigaciones recientes muestran que la circunferencia abdominal predice mejor el riesgo de cáncer que el peso total.
Posteriormente, el alcohol es, en definitiva, la bebida más implicada en el riesgo de cáncer. Según el reciente informe publicado por World Cancer Research Fund (WCRF), ha demostrado que, en general, a mayor consumo de alcohol, mayor riesgo de cáncer. El consumo de dos o más bebidas alcohólicas al día incrementa el riesgo de cáncer, particularmente colorrectal, estómago e hígado.
Finalmente, a pesar de que la evidencia científica no es concluyente respecto a componentes que causen o protejan contra el cáncer, la American Cancer Society (ACS), presentó cuatro recomendaciones sobre el estilo de vida y alimentación propuestas para la prevención del cáncer:
1. Conseguir y mantener un peso saludable a lo largo de la vida
Mantener un porcentaje de grasa saludable, sin alcanzar el bajo peso. Evitar el excesivo aumento de peso a lo largo de la vida. Realizar actividad física y limitar el consumo de alimentos y bebidas de alta densidad calórica.
2. Adoptar un estilo de vida físicamente activo: evitar el sedentarismo
Adultos: al menos 150 minutos semanales de actividad moderada o 75 minutos de actividad intensa, preferiblemente separado en varios días.
Niños y adolescentes: al menos 60 minutos diarios de actividad moderada o intensa, siendo al menos 3 veces por semana de actividad intensa.
3. Consumir una alimentación saludable, con especial énfasis sobre alimentos de origen vegetal
Seleccionar alimentos y bebidas que ayuden a conseguir y mantener un peso saludable. Limitar el consumo de carnes rojas y procesadas. Consumir al menos 5 raciones diarias de frutas y verduras. Elegir cereales integrales en vez de refinados.
4. Si se ingiere alcohol, limitar o eliminar su consumo
No más de una bebida alcohólica al día.
Alejandro Monzó Elvira. Dietista-Nutricionista. COL. CV01348